La brecha entre “Saber” y “Saber Hacer” 

Por: Oswaldo Smarrelli Torrealba

El genio Leonardo Da Vinci destacó la importancia de la acción sobre el conocimiento y lo dejó plasmado en la frase: “No es el saber lo que es más importante, sino el saber hacer” poderosa sentencia que aplica a cualquier gestión, ya que la posibilidad de un resultado exitoso se sustenta en el equilibrio entre el conocimiento teórico y la capacidad de aplicarlo en la práctica, si bien la inteligencia y el dominio de conceptos son fundamentales, estos por sí solos no garantizan el éxito de la gestión. Numerosas organizaciones han experimentado fracasos rotundos a pesar de contar con equipos altamente calificados, lo que evidencia una brecha significativa entre el saber y el saber hacer, el ejercicio y responsabilidad de llevar adelante una gestión con éxito implica tener una múltiple combinación de habilidades y destrezas.  

Los líderes empresariales y los funcionarios públicos deben poseer una sólida base teórica para comprender los complejos desafíos que enfrentan sus organizaciones, pero esto apenas es un elemento, pues el éxito estará presente cuando logren combinar ese conocimiento con la capacidad para tomar decisiones estratégicas, motivar equipos, resolver conflictos con liderazgo, adaptarse a entornos cambiantes con sagacidad, saber por dónde empezar el rompecabezas, saber escuchar, saber definir qué acciones son prioritarias y quiénes son las personas idóneas para llevarlas a cabo y saber supervisar y evaluar los avances. Agrego como punto especial la capacidad de comunicación, pues, saber: cómo, cuándo y qué comunicar es clave para transmitir la visión con claridad y el propósito con firmeza, además que trae implícita la posibilidad de lograr la credibilidad necesaria en la gestión de expectativas de manera efectiva. Todo esto será en vano si no hay ganas genuinas de querer hacerlo, de aquí que la actitud y voluntad de la persona son determinantes para inspirar confianza y lograr objetivos con éxito.  

La historia está repleta de ejemplos que demuestran cómo incluso las mentes más brillantes con pocas habilidades prácticas y humanas han fracasado en sus roles de gestión y liderazgo, desencadenando el colapso de organizaciones aparentemente invencibles. La célebre frase de Henry Ford, "Si preguntara a mis clientes qué querían, me habrían dicho un caballo más rápido", subraya la necesidad de ir más allá del conocimiento técnico y entender profundamente las necesidades reales de los consumidores y en una línea similar, Elon Musk reflexionó sobre su experiencia diciendo: "La peor decisión que tomé fue darle demasiada importancia al talento y no tanto a la personalidad. Importa, y mucho, si una persona tiene buen corazón, en vez de un buen cerebro". Ambas afirmaciones destacan un principio esencial: el liderazgo efectivo no se basa únicamente en la inteligencia o el conocimiento, sino en la capacidad de conectar con las personas, influir sobre ellas y construir equipos basados en la empatía y la confianza; allí reside la capacidad de promover y llevar al éxito a una organización, institución o proyecto. 

En una oportunidad estuve entrevistando a varias personas para un cargo clave, los finalistas, demostraron profundo conocimiento, sin embargo, al plantearles un problema, un escenario específico y pedirles que describieran cómo lo abordarían para su solución, las diferencias fueron evidentes. Uno de ellos respondió de manera impecable desde el punto de vista teórico, mostrando un conocimiento claro del tema, pero su enfoque resultó abstracto. En cambio, el otro candidato no solo demostró sus conocimientos, también describió con precisión las acciones concretas que tomaría para resolver el problema planteado, por lo tanto, su respuesta fue más práctica y efectiva, además de la forma de comunicar cómo gestionaría la situación.  

Esta experiencia reafirma la brecha entre saber y saber hacer y sus efectos para las organizaciones, realmente no basta solo con dominar la teoría, lo que marca la diferencia es la capacidad de traducir ese conocimiento en acciones tangibles y soluciones claras. Hemos visto como líderes sin tener una formación académica extensa, lograron construir empresas exitosas y duraderas, tal es el caso de Henry Ford que revolucionó la industria automotriz con su enfoque en la producción en masa o Steve Jobs fue capaz de transformar Apple en una de las empresas más valiosas del mundo. 

El dinamismo de la actualidad impone la capacidad de adaptarse para mantenerse a flote, las estructuras rígidas se muestran cada vez más ineficaces frente a un entorno en constante cambio, mientras la teoría sigue evolucionando. En este escenario, la actitud de líderes y gerentes se convierte en un factor decisivo en la superación de retos y desafíos actuales, muchos de ellos llegan de forma imprevista, no admiten tiempo de análisis, imponiendo para su solución conocimientos y habilidades en la gestión práctica.  

Cerrar esta brecha entre el conocimiento (saber) y su aplicación práctica (saber hacer) sigue siendo un desafío, las empresas e instituciones deben seguir avanzando en programas disruptivos de aprendizaje y las instituciones educativas deben seguir rediseñando sus currículos para equilibrar la formación con escenarios que se dan a diario en empresas e instituciones del mundo, promoviendo cada vez más la capacidad de aplicar conocimiento. Tony Robbins lo dijo de esta manera: “El saber hacer es la capacidad de aplicar el conocimiento de manera efectiva en el mundo real” y hoy yo lo resalto, para indicar que las personas y organizaciones que integren este enfoque estarán mejor posicionadas para lograr el éxito al enfrentar los retos actuales y del futuro. 

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